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OROPA '99

OROPA '99

El galardonado escritor deportivo Herbie Sykes retrocede 25 años hasta la hazaña más pletórica de Marco Pantani en el Monte Oropa, en la 15ª etapa del Giro de Italia de 1999, escenario de la segunda etapa de la edición de este año de la carrera. Reflexiona sobre ser testigo directo de cómo Il Pirata cautivó a una nación durante la época más explosiva del ciclismo.

18 May 2024

Written byHerbie Sykes

Photography credit Il Biellese

With thanksMarco Pantani Foundation.

Recogimos a Gianni en Ceva, y nos dijo que habría mucha gente. Cuando le pregunté qué quería decir con mucha, me dijo: "¡mucha!". Era sábado, era la primera etapa de montaña, y todo el mundo estaba esperando. Cuando le pregunté qué quería decir con todo el mundo, dijo: "¡todo el mundo!".

Gianni nos dijo que esperásemos a ver qué pasaba, pero no tuvimos que esperar mucho. La carretera empezó a parecerse a una cabalgata, y luego a una carroza. Estábamos flotando hacia los Alpes, y eso no había ocurrido nunca. Parecía que toda la población del norte de Italia había salido, con su genoma ciclista encendido. Había ultras de Bérgamo ondeando banderas, autobuses llenos de amas de casa de Cremona, generaciones de piratas disfrazados de Pavía.

“Desde Fausto Coppi, ningún italiano había hecho el doblete Giro-Tour, y ninguno de nosotros había nacido entonces”.

Como personas aficionadas al ciclismo, habíamos comprendido más o menos la magnitud atlética de lo que Marco Pantani había conseguido, pero no la consecuencia. Desde Fausto Coppi, ningún italiano había hecho el doblete Giro-Tour, y ninguno de nosotros había nacido entonces. Además, éramos británicos. En nuestro país se practicaba el ciclismo, pero era minúsculo en comparación. Se sentía alejado de la corriente deportiva dominante, pero en Italia esto no era así en absoluto. Las competiciones de ciclismo habían sido más grandes que el fútbol, y más grandes que todo lo demás. Estaba arraigado en su identidad y sentido de sí mismos, y el Giro siguió siendo la metáfora deportiva de su siglo XX. Les conectaba con su pasado y entre ellos mismos. 

Sin embargo, los italianos llevaban 30 años perdiéndo grandes vueltas, incluida la suya. Peor aún, en los últimos tiempos los había ganado un ciclista nuevo. La mayoría eran grandes y bravucones Goliat, anticiclistas. Machacaban en las contrarrelojes, se sentaban con cara de póquer en las montañas y, en general, le quitaban toda la alegría a la competición. Lo peor de todo es que eran monosilábicos e indescriptiblemente aburridos, así que gracias a Dios que estaba Marco Pantani. Con su pañuelo y su pendiente de oro era Il Pirata y nadie –nadie– subía como él.

"Gracias a Dios por Marco Pantani. Con su pañuelo y su pendiente de oro era Il Pirata y nadie –nadie– subía como él”.

Nadie pedaleaba como él y nadie sufría como él tampoco. En la Milán-Turín de 1995, un idiota en un todoterreno había entrado en el circuito en la bajada de Superga. Se había creído lo bastante listo como para esquivar a los ciclistas, pero éstos bajaban a 80 km/h. Les había llevado un año recomponer a Pantani, pero entonces un gato negro se cruzó ante él en el Giro del 97. Una ambulancia más, una parodia más. Un gato negro. Paría algo increíble.

Siempre parecía que algo iba mal, pero de eso se trataba. A pesar de las caídas, los abandonos y las desgracias indecibles, se había negado a dejarse doblegar. Se negaron a creer que no llegaría a la tierra prometida, y él también. Por eso seguía levantándose, y por eso le querían tanto. Marco Pantani era de ellos, pero sobre todo era para ellos. Como Coppi, había conseguido lo imposible. La política tenía unida a Italia, pero él, un humilde ciclista de competición, tenía unidos a los italianos.

Por eso, cuando en 1998 soltó de rueda al ruso Tonkov en Montecampione, lo sintió como una epifanía. Por fin se le había acabado la mala suerte y por fin un ciclista, uno de verdad, había ganado el Giro. La maglia rosa de Fausto Coppi tenía el ciclista que se merecía y también, cuando aplastó a Ullrich en el Tour de Francia, su maglia gialla. Qué ciclista era y qué ser humano. Qué verano habías pasado...

Gianni tenía razón. Habría 30.000 pañuelos en esa montaña; el ciclismo convertido en un fenómeno cultural. Cuando pasó silbando junto a nosotros, ya era la maglia rosa virtual, y el rugido no se parecía a nada que hubiera experimentado en una carrera de ciclismo. Las bocas estaban abiertas y se movían, pero el sonido parecía emanar de la propia montaña. Surgió del mismo lugar, en lo profundo de los Alpes, que había concebido a Fausto Coppi.

Marco Pantani se enfundó el maillot en Borgo San Dalmazzo y así, por toda Italia, lo hizo el "¡todos!" de Gianni. Cincuenta y siete millones de maglie rosa.

Se tardó una eternidad en bajar de esa montaña, sospecho que nadie quería hacerlo. Fue el mejor atasco en el que habían estado nunca. Gianni nos dijo que recordáramos la fecha. 29 de mayo de 1999.

“Habría 30.000 pañuelos en esa montaña; el ciclismo convertido en un fenómeno cultural”.

Al día siguiente, la partenza fue en Racconigi, final de etapa en el Monte Santo de Oropa. Nuestro plan había sido dejar de lado el Giro, para pasar una tarde de ocio en Turín y verlo en un bar. Sin embargo, teníamos la sensación de que se estaba escribiendo la historia del ciclismo, y Gianni nos dijo de que no podíamos dejar de subir a la montaña. Dijo que sería espectacular y que deberíamos intentar ser parte de ello.

Aquella mañana no pudimos llegar lo bastante pronto y, evidentemente, tampoco los 57 millones. La autopista estaba atascada mucho antes de la salida.

Llegamos al lugar de acceso demasiado pronto, y los pantanisti con bandana no estaban muy presentes. Supusimos que estaban admirando los legendarios pórticos de Biella, o que se habían fabricado directamente para la majestuosidad de Oropa. Pero éramos ciclistas (de todo tipo) y queríamos la proximidad. Queríamos vivir la experiencia de Gotti, Heras y Jalabert tanto fuera de sus bicis como encima de ellas, para estar lo más cerca posible de los cuerpos de los grandes tours. Se nos unieron algunos ciclistas y apasionados del club, así como algunos jubilados que salieron a dar su paseo matutino constitucional. Los desconocidos del Giro empezaron a acceder, aunque en realidad nadie les hizo mucho caso. Hubo algunos aplausos, pero fueron superficiales.

Sin embargo, a medida que se acercaba el momento, nos convertimos en una multitud. Empezamos a agitarnos y a crecer, ondulando de una forma u otra por nuestro propio peso, como si esperásemos la salvación. Hizo falta un puñado de carabinieri para abrir una abertura. Pasó de puntillas y entonces, en medio de aquella cacofonía, se cerró de golpe.

“Era fácil sentir lástima por el resto del grupo de la CG en la carretera ese día. Eran algunos de los mejores atletas de resistencia del planeta y, sin embargo, su presencia ridiculizaba su talento”.

Estaba rodeado, no había forma evidente de salir, y los carabinieri se vieron obligados a hacer palanca para abrirnos de nuevo. Ahora se había desarrollado una masa crítica a su alrededor, y una forma de veneración.

Era fácil sentir lástima por el resto del grupo de la CG en la carretera ese día. Eran algunos de los mejores atletas de resistencia del planeta y, sin embargo, su presencia ridiculizaba su talento. Eran impotentes, por lo que la táctica, en la medida en que se podía deducir, consistía simplemente en esforzarse al limite el mayor tiempo posible. La lógica le sugirió que se escapara tras el tramo adoquinado de Favaro, a unos cinco kilómetros de la cima. Ahí era donde Ugrumov había herido a Indurain, y donde Jalabert sería más vulnerable. Nadie se hacía ilusiones de que fuera batible, pero todos sabían que podrían impedirle ganar. Seguía siendo Marco Pantani y Biella tenía más que su ración de gatos negros.

Los puso en cabeza a los 10 kilómetros, justo cuando los restos de la escapada eran alcanzados. Los escollos evidentes parecían haber sido superados, pero no habían contado con la ley de Pantani. Increíblemente, se le salió la cadena con la competición en marcha, y le costó el grueso de un minuto. Cuando volvió a montar, había 49 ciclistas entre él y la cabeza, y quedaban ocho kilómetros de competición. Heras le tiró los trastos a la cabeza, y Jalabert y Gotti no tuvieron más remedio que responder.

Zaina y Garzelli – los gregari de Pantani – hicieron lo que pudieron. Lo arrastraron hasta los muertos de la GC, pero ni con la mejor voluntad del mundo iban a conseguir que volviera al frente. Cuando Garzelli se marchó exhausto, Marco Pantani se quedó solo, una vez más, contra los dioses del ciclismo.

“Cuando dejó caer a Jalabert, el último de ellos, parecía casi indignado”.

Al principio parecía irresoluto, pero muy pronto lo tuvo todo esbozado. Se colocó sobre las gotas, engranó otra marcha y arrancó con todo. A continuación se produjo una forma de eslalon cuesta arriba. Cabalgaba de grupo en grupo, descansaba momentáneamente y se ponía de nuevo en marcha. La estética era sublime, y lo comprendía porque él mismo la había inventado. Cuando dejó caer a Jalabert, el último de ellos, parecía casi indignado. Se suponía que tenían que haber ofrecido más resistencia, pero a falta de tres kilómetros de meta todos habían sucumbido.

Seis días después abandonó la competición y, a todos los efectos, el deporte.

Antes de escribir esto llamé a Gianni. Recordamos esto y aquello, y entonces le pregunté por Oropa. Hablamos de la vorágine que la precedió, del drama con la cadena, del esplendor del telón de fondo... Le pregunté qué opinaba de la forma en que Pantani andaba en bici, pero me dijo que no debía dejarme llevar demasiado por preceptos tan fácticos como el "rendimiento". Oropa, razonó, trascendía todo eso. Le pregunté -por los viejos tiempos- a qué se refería, y me dijo que Pantani había sido un artista en el cuerpo de un ciclista. Oropa, concluyó, había sido su última gran obra. Su obra magna. 

Más grande que el ciclismo y, en última instancia, más grande que él.  

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